El cadáver de Anna Fritz. Una desgarradora metáfora de nuestra sociedad contemporánea: Imprescindible, perturbadora y valiente.

 

Hace  unas semanas me tropecé con una cinta desconocida para mí hasta la fecha. Se trata de la ópera prima del filólogo y cineasta Hèctor Hernández Vicens. Tanto a él como a  Isaac P. Creus le debemos, además, la autoría del guion.

La película se estrenó en 2015 y es la constatación de que con muy pocos recursos se puede lograr muchísimo en el complejo mundo del cine. Toda la trama se desarrolla en un único lugar: un depósito de cadáveres. Solo cuatro personajes nos conducirán hasta el clímax de esta historia que se desarrolla en poco más de una hora. Esto no es novedoso: Ya  Alfred Hitchcock logró darnos una lección magistral de buen cine con su obra La soga utilizando similares procedimientos: escasez de personajes, mismo escenario y un único hecho sobre el que giraría el debate ético acerca de la condición humana.

En este caso, se trata de un thriller psicológico que, si bien no presenta demasiadas similitudes con el del célebre director inglés, destaca por los ingredientes comunes: ingenio, originalidad en el planteamiento, dosis muy acertada de suspense y un desarrollo que, desde el inicio hasta el final, no deja indiferente gracias a la audacia del mensaje de la película. El final, del que no revelaré detalles, evoca a varios clásicos del género de terror.

Tal vez esta cinta haya pasado inadvertida entre el público español por dos razones: la ausencia de publicidad y el grave error de creer que el tema central de la misma es  la necrofilia. Quizás muchos posibles espectadores la hayan  descartado  por entender que podía tratarse de una cinta excéntrica no apta “para todos los paladares”. En esto último sí tienen razón, pero no por lo que se podría presuponer como  eje temático, sino por la metáfora que subyace en ella. Sus escasos setenta minutos resultan suficientes para recrear una parcela de nuestra sociedad contemporánea, para reflejar una actitud vital basada en la carencia de escrúpulos, ética o principios. El cadáver de Anna Fritz es el reflejo del nihilismo. Éste aparece encarnado en dos de sus personajes protagonistas. Para ellos resulta altamente excitante fotografiar un cadáver, practicar sexo con una mujer bella y famosa (aunque aparentemente esté muerta) y meterse varias rayas de cocaína para sobrevivir a la noche.

Por otra parte, decía que se trata de una película valiente: revela sin tapujos el clímax de la miseria ética y la deshumanización  en medio de la hipocresía imperante.  Al hilo de lo expuesto, la cinta nos muestra el lado más descarnado del machismo: la cosificación máxima de la mujer. Practicar sexo con un cadáver tiene mucho más valor para los protagonistas de la historia que hacerlo con una mujer viva porque esta última no será tan guapa ni  famosa como lo es Anna Fritz. Por tanto, no se trata de un acto de necrofilia más. En este caso, el sexo va ligado a la idea de posesión: La protagonista es un objeto bello y caro que perderá todo su valor en el momento que adquiera de nuevo la conciencia. En ese instante “el cadáver vivo/resucitado” se convertirá en la posible mancha que puede arruinar la reputación de dos de los protagonistas de la trama. Ana Fritz dejará de suscitar deseo para convertirse en una “puta”, término con el que se refiere a ella uno de los personajes en múltiples ocasiones después de haberse aprovechado de su estado de inconsciencia.

Por otra parte, cabe destacar la soberbia interpretación de Alba Ribas en el papel de la joven protagonista: cualquier espectador con un mínimo de sensibilidad es capaz de empatizar con el personaje. La actriz nos hace pasar por diferentes fases emocionales: sorpresa, asco, estupor, pánico, desesperanza, desesperación… La escena que recrea la imagen de Anna Fritz en el momento en el que despierta y comprueba cómo un desconocido cabalga sobre su cuerpo desnudo debería pasar a los anales de la historia de nuestro cine. Es un ejemplo magistral por su excelente interpretación. En un solo plano la protagonista despierta en el receptor  un registro amplísimo de emociones. Y todo ello en medio de un escenario y una  atmósfera que recuerdan bastante a los campos de concentración nazis   recreados por los grandes clásicos del cine. Por tanto, la analogía está servida.

Se trata de un thriller valiente que muestra sin ningún tipo de pudor  el lado más sórdido de la violencia machista, los límites hasta los cuales puede llegar a ser cosificada la mujer,  la verdad oculta  tras un aparente capricho sexual, la desmesurada  importancia de las apariencias frente al  escaso valor de la vida humana,  el consumo voraz y despiadado, la búsqueda de placer basada en la posesión de lo ajeno. Es imposible ver esta cinta y no acordarse de otros títulos de nuestro cine: Te doy mis ojos, La isla mínima, El cuerpo, Contratiempo

 El cadáver de Anna Fritz es muy recomendable para aquellos que deseen ver un buen ejercicio de cine plasmado desde una perspectiva ágil y con un planteamiento original.

Pero, por otra parte, también es una película que plantea un debate abierto sobre el modelo de sociedad que estamos construyendo y  la manera que tenemos de concebir la vida, la justicia, el sexo y, en general, nuestras relaciones con los demás. Considero que esta cinta está destinada a un  público mayor de edad que sea capaz, desde una perspectiva adulta, de acercarse a ella sin prejuicios.

Por último, considero que es muy recomendable su visionado para ese sector de la sociedad que todavía  cree que la violencia machista se produce en un momento de enajenación y que el ejecutor no es conocedor de sus actos o pierde el control sobre ellos. Se agradece la apuesta  por continuar el relevo de la semilla que sembró Alejandro Amenábar con Tesis. Por fin ha llegado la hora de hablar del asunto sin complejos, de tratar con toda su crudeza una realidad a la que no podemos darle la espalda y que no puede servirse mediante cócteles descafeinados. Son demasiadas las  vidas de mujeres  que están en juego y la película transmite tanta verdad que es casi imposible no sentir pavor ante ella.

Ángela Ramos Nieto. Profesora de Lengua castellana y Literatura.