No soy el centro del universo.

 

No soy la madre de tus hijos.

No soy la esposa que te espera

con los brazos abiertos

después de tu triunfo

en una guerra de almohadas

con otra.

 

No soy el centro del universo:

no soy la princesa del cuento

ni la puta que se desviste para ti

y acata tu fiebre de pronombre posesivo

en primera persona del singular

cuando no te mira nadie.

 

Nunca te di una manzana

que te hiciera perder el Edén

y tampoco la regalé envenenada

porque no necesito espejitos mágicos

para saber que el paso del tiempo

me vuelve más sabia y más fuerte.

Y por eso cada día soy más guapa.

 

Yo nací con el don

de despeinar tus pasiones

y hago sonar cada día

todos los acordes blancos de tu alma.

 

Hoy me entrego a las tardes de lluvia entre libros,

salvo vidas, enseño, educo, viajo, transformo, innovo…

Yo decido si visto con cuello de cisne negro

o con escote y minifalda.

 

Hoy perdono las palabras hirientes

que me condenaron al silencio

durante siglos;

recuerdo mis victorias

en una habitación propia

y pienso en todas las que me faltan todavía

ahora que ya podemos pagar a medias

la cuenta de la cena.

 

No me arrepiento de desnudarme cada noche

para bailarle el juego a la locura

porque aprendí a ganarle la partida

a pesar de tus golpes, tus desprecios,

tus silencios y tus miedos.

 

Soy la voluptuosidad en los labios de Cleopatra,

la Némesis a la que esquivas,

la belleza eterna de Venus

pero sin la firma de Satán…

Y el talón de Aquiles de tus noches de delirio

con hambre de resaca.

 

Soy musa y artista a la vez.

No soy el centro del universo

porque constituyo un universo único:

Soy una mujer.

 

Yo nací para ser adorada

y esa es la única verdad

que cincelo a diario

para que algún día

puedan grabarla todos los mapas.